Taxi en Lima. El inicio del desastre.

Actualidad 28 de febrero de 2023
En 1967 se intentó organizar el servicio de taxi. Aquel que hoy es pésimo, con carros sucios y mal cuidados, inseguros y que además no garantizan ingresos interesantes para quienes desarrollan esa labor pudo haber encontrado su norte. ¿Cómo se mató al sistema?

Por: Carlos Cornejo  

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En 1967 los taxistas de Lima se negaron a usar taxímetros. Por lo menos en cuatro oportunidades en que se establecieron plazos improrrogables para que los instalaran en sus autos, nunca se acató la decisión tomada por el Ministerio de Gobierno que estaba bajo el mando del conservador, Luis Alayza Escardó

El tiempo y el dinero invertido en estudios técnicos que hizo la CRET, un organismo técnico adscrito al Ministerio de Gobierno, acerca de la conveniencia del uso del taxímetro fueron en vano.

La resistencia de los taxistas no se redujo al no acatamiento de la norma que buscaba ordenar el servicio y darle viabilidad a un negocio que puede ser próspero en cualquier ciudad importante del mundo sino que, además, presionaron con las tarifas. Ese 1967 la tarifa mínima se coordinaba con el gobierno, pero los conductores -representados por un fuerte sindicato- decretaron un ajuste tremendo: pasó de S/.4,50 a S/.7,00. Frente a ello el propio gobierno pidió a los usuarios del servicio que no pagaran más a los taxistas de aquello que estaba establecido en la norma. Los pasajeros no mostraron mayor solidaridad con el ministerio y encajaron la tarifa con resignación, sin castigar a los choferes.

En ese momento, la última palabra para determinar si se usaba o no “el aparatito” pasaba por el sindicato y para el gremio el estudio de la CRET había situado muy abajo el precio del servicio;  algo que era muy discutible. 

Los argumentos de los taxistas para no usar taxímetro eran disímiles, no solo tenían que ver con precio. Señalaban que no podían aceptar esos aparatitos porque ellos, simplemente,  cobraban de acuerdo al tipo de pasajero. Si este tenía aspecto de tener una posición socioeconómica baja, le cobraban poco;  si estaba “bien plantado -palabras textuales tomadas de diarios de la época- le arrimaban un sobreprecio”. Al frente, algunos pasajeros señalaron que eran más bien los usuarios los que tenían que medir la contextura y el origen del chofer para saber exactamente hasta donde se podía regatear. Siempre los prejuicios y la discriminación presentes como parte de nuestra convivencia.

Otro argumento de los choferes señalaba que la existencia de carros tan viejos en Lima, ofreciendo el servicio de taxi, les hacía imposible poder instalar un taxímetro en todos los carros. 

Otro asunto tenía que ver con que los taxistas, en momentos de bajo servicio, se convertían en colectivos. Si la policía les veía el taxímetro, les pondría una multa al notar que estaban saliéndose de su ámbito de trabajo. Es decir, se les escapaba la posibilidad de la pirateada. Este argumento se planteaba en momentos en que se discutía si era, necesario o no, una buena clasificación del servicio de taxi y del servicio de colectivo para apuntar a dedicación exclusiva y no fagocitarse entre ellos. 

Finalmente, otra queja que tenían los choferes tenía que ver con que los propios taxímetros pues argumentaban que eran muy caros para comprarlos y después instalarlos, y acusaban a Taximac, una de las empresas que los vendía, de ser monopolio. Estaban decididos a no acatar una decisión que desde su perspectiva violentaba la ley de promoción industrial.

Ese 1967 un taxista ganaba entre 4 mil a 5 mil soles mensuales, un presupuesto que les permitía -largamente- comprar el taxímetro no solo en Taximac, sino en cualquiera de los centros de venta siempre que estos estuvieran certificados por la CRET. 

El taxímetro planteaba unas condiciones de medición que hubiesen sido rentables para los choferes de taxi y habría encarecido el servicio teniendo en cuenta que en las ciudades más importantes del mundo, el taxi nunca es barato. El equipo, una vez instalado, cobraría por bajada de bandera o inicio de carrera, cuatro soles. Por cada 300 metros avanzados añadiría 50 centavos el costo de la carrera. Si no avanzaba y estaba detenido un minuto, se volvía a añadir otros 50 centavos, de esa manera si se producía un atasco el taxista no perdía. Para los usuarios del servicio con la instalación de los taxímetros, los choferes ya no podrían usar una suerte de criolla prepotencia al decir “si quiere lo llevo si no…usted verá”. Al final perdimos todos con una ciudad tomada por el desorden donde todos perdemos.

 

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