La historia de Ana Lira
Era marzo de 1992 cuando la suboficial de 1ra de la PNP, Ana Lira Chupingahua fue atacada por miembros de Sendero Luminoso. Una mañana, dirigiéndose, a la Contraloría, donde se encontraba destacada Ana Lira recibió cinco disparos de arma de fuego que le impactaron en la espalda, pecho, estómago y cabeza. A pesar de las graves heridas, Ana sobrevivió y pudo relatar su experiencia.
Desde 1989 hasta 1992, Sendero Luminoso proclamaba su ingreso a la segunda etapa en su camino al poder, preparando el terreno sobre todo en asentamientos humanos, sindicatos, universidades y colegios. El objetivo era ganar la confianza de la población de los barrios marginales, lo cual supuso multiplicar las acciones en los conos periféricos y los asesinatos selectivos de dirigentes barriales que se oponían a la infiltración y al copamiento senderista.
En el distrito de San Juan de Lurigancho, donde se realizó el atentado contra la vida de Ana Lira, había una presencia importante de Sendero Luminoso en las dirigencias vecinales. En la zona alta del distrito, donde se encuentran ubicados los asentamientos humanos Enrique Montenegro, Cruz de Motupe y José Carlos Mariátegui, existía un alto número de simpatizantes de la banda.
Ana Lira egresó en 1985 de la Escuela Femenina de la Policía (ex Guardia Republicana del Perú) y en el año 1992 tenía el grado de sub-oficial de 1a. Durante cuatro años estuvo destacada en los penales Miguel Castro Castro y San Jorge. En 1987 Ana Lira se casó con Efrén Santiago Poémape Zorrilla, también Policía. El año del atentado, la pareja tenía dos hijos de 4 y 2 años de edad y vivía en la urbanización Mariscal Cáceres, Canto Grande, distrito San Juan de Lurigancho.
En el ejercicio de sus labores en los penales de Lima, Ana Lira tuvo mucho contacto con internos e internas que pertenecían a Sendero Luminoso y al MRTA, quienes solían enfrentarse verbalmente y amenazar de muerte a los miembros de la PNP encargados de su custodia.
Sobre el particular Ana Lira contó que “veía inclusive que bastantes personas senderistas caminaban por la zona de Canto Grande, habían salido en libertad. En ese tiempo el Poder Judicial estaba amenazado y daba libertad condicional...”. Recordó que caminando por la vía pública cerca de su domicilio, reconoció en varias ocasiones a ex internos, cabecillas de Sendero Luminoso, pero nunca se imaginó que esas personas intentarían asesinarla. Ana se sentía segura porque nunca había cometido excesos o abuso de autoridad contra los internos que custodiaba, como sí podía suceder con otros colegas.
El día del atentado, Ana salió de su casa a las 7:40 de la mañana, lo hizo junto a su esposo salió de su domicilio en compañía de su esposo y sus dos hijos menores de edad, quienes solían acompañarla hasta el paradero. “Recuerdo bien que los abracé, los besé, los miraba como si fuera la última vez que los iba a ver”. La sub oficial que entre el Jr. Intermedio y la Av. Ampliación, había un conglomerado inusual de gente, pero no le pareció nada extraordinario. Como de costumbre se despidió de su familia y cruzó la avenida. Al intentar abordar su bus recibió el primer impacto de bala por la espalda, se desvaneció y el carro se retiró del lugar a toda velocidad. Efrén, su esposo vio todo. Él se encontraba con sus dos menores hijos en la vereda del frente y al verla desvanecerse, intentó auxiliarla pero fue detenido por un sujeto armado que bajo amenazas de muerte le impidió acercarse. Ambos comenzaron a discutir y mientras tanto una mujer continuó realizando disparos con un arma de fuego sobre Ana. Después de realizar un último disparo en la cabeza, los subversivos se retiraron del lugar caminando.
“Cuando me estaban disparando”, contó Ana, “vi como mi cuerpo se movía a cada impacto de bala (...) yo decía: Dios mío si me sigo moviéndome van a seguir dando y yo me acuerdo que a lo único que atiné es a tirar mi cabeza a la izquierda, y es donde entra la quinta bala que es el tiro de gracia que entró por el globo derecho, saliendo por la cien izquierda, quemándome el nervio óptico del ojo izquierdo (...) sentí la presencia después de mi esposo que me decía: Ana no te mueras, te necesitamos, nuestros hijos te necesitan”. Efrén Poémape recogió a su esposa de la vía pública y la condujo al Hospital Augusto B. Leguía del Rímac, siendo poco después trasladada al Hospital Central de la Policía Nacional.
Ana Lira sobrevivió al atentado.Estuvo en estado de coma por siete días y durante doce en la unidad de cuidados intensivos. El primer día fue intervenida quirúrgicamente de emergencia para suturar las heridas causadas por las balas. En el informe médico precisó que “hubo necesidad de extirpar el bazo dañado, se reparó la arteria aorta, se suturó el hígado. Además hay daño ocular derecho severo con posibilidad de enucleación de éste.”. Al tercer día, recibió una segunda intervención quirúrgica en el servicio de oftalmología. La ceguera sería irreversible en ambos ojos.
Elfren Poémape manifestó que “...pude entrar a verla, cuando la vi a mi esposa estaba destrozada, tenía la cara hinchada, le faltaba un ojo, cortado el pelo a cero, era otra persona. Cuando este le dijo a Ana que ya no iba a ver, “no importa”, le dijo, tú y mis hijos van a ser mis ojos...”. Días después, dado el alta Ana cuenta que temblaba de miedo al ponerse en contacto con el mundo de la oscuridad,totalmente desconocido para ella.
Después del atentado, vivió a escondidas durante tres años por razones de seguridad y que sólo su familia sabía sobre su paradero. Diez años después ante la CVR dijo: “No tengo dentro de mí ningún rencor, ningún odio, siento dentro de mí una paz tremenda, al contrario sentía pena porque la violencia no escatimiza (sic) dolores, no escatimiza (sic) que dentro de un uniforme hay un ser humano, hay una persona que tiene metas, tiene anhelos, tiene sueños...”
(Fuentes: CVR/OIGA/CARETAS/Foto de portada Nancy Chapell)